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Arq. Rafael Marquina


por el Arq. José Beingolea del Carpio


PARTE 2: Del Arquitecto-constructor al Arquitecto (1910-1945)


En 1899 se funda la Sociedad de Ingenieros, un gran paso en su posicionamiento profesional y social. Al interior de su estructura orgánica, se estableció la Sección de Construcciones Civiles (Ingenieros) y la de Arquitectura y Construcción (Arquitectos e Ingenieros-Arquitectos).

Durante la presidencia de Nicolás de Piérola en 1895-1899 se impulsa la reconstrucción nacional, la penetración del capitalismo inglés se acentúa junto al asomo del capital norteamericano. La diversidad tipológica manifiesta en este dinámico periodo exigió una mejor performance en el diseño y la construcción. Coincidimos con la observación de José García Bryce(3) en el sentido de que la pérdida de calidad de la arquitectura se debería a la falta de espontaneidad y naturalidad en las realizaciones de este periodo. Agregaría a su diagnóstico sobre las causas, la disolución de los gremios que atentaron contra la calidad en la ejecución de las obras, y las dificultades para cimentar la cultura academicista, como lenguaje oficial de la obra pública.

Siendo ésta la que constituye el mayor volumen de obra e inversión, la privada tiene a su vez un ostensible incremento (bancos, aseguradoras, almacenes, fábricas, ingenios; urbanizaciones y viviendas de alquiler)

En ese proceso hay que situarse en 1910, en la creación de la Sección de Arquitectura, en la Escuela de Ingenieros, resultado de la búsqueda de identidad profesional del Arquitecto que venía manifestándose desde años atrás. El primer núcleo académico especializado en la Escuela de Ingenieros empieza a funcionar en 1911 bajo la dirección del polaco Ricardo de Jaxa Malachowski, arquitecto de sólida formación en París, en el ámbito de la Ecole de Beaux Arts.

Los estudios continuaron siendo básicamente en Construcciones Civiles con algunos cursos de arquitectura que permiten acceder al título de Arquitecto Constructor, la identidad profesional queda en la práctica, pendiente de ser resuelta. Para medir el impacto efectivo de este cambio puede mencionarse que a pesar que en 1914 egresa la primera promoción, sólo en 1925 se producen las primeras graduaciones(4).

Socialmente, la celebración del Centenario de la Independencia es una buena ocasión para que el perfil del Arquitecto como diseñador se proyecte. Así lo prueban los múltiples proyectos de diseño urbano y arquitectónico propuestos y algunos de ellos realizados. Las revistas que proliferaron desde las primeras décadas del siglo XX han dejado testimonio del proceso de transformación de Lima y de algunas ciudades del país, y el papel de algunos arquitectos que gozaron de suceso y reconocimiento: Rafael Marquina y Ricardo Malachowski, por ejemplo.

La ligazón del profesional a la obra pública lo sujeta al esquema centralista del estado peruano, y al anómalo e improvisado desempeño de la administración pública. Así lo podemos comprobar al revisar los Anales(5) de Obras públicas, donde se ve al profesional en una labor dispersa, fragmentada y potencialmente limitada ante la falta de planificación y responsabilidad frente al manejo de los magros recursos, en el contexto de la calamitosa post guerra.

Después de 1920 sin embargo, a través de la hegemonía del capital norteamericano, expresada en el sector construcción por la presencia de las constructoras Foundation Company y Fred T. Ley con un sistema de empréstitos para obras de infraestructura que ellas mismas ejecutaban, la sectorización de la administración pública diversifica los espacios para la labor del arquitecto: el Ministerio, la Beneficencia, los Municipios, la Junta Pro Desocupados, etc. La continuidad, organización y disponibilidad de recursos mejora las condiciones laborales y la calidad de las experiencias. Rafael Marquina por ejemplo, se encarga entre 1928 y 1947 de diseñar alrededor de treinta conjuntos de Casas para obreros, lo propio pasa con Enrique Rivero Tremouille al frente de los proyectos de la Junta Pro Desocupados de Lima.


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(3) José García Bryce, “Historia de la Arquitectura en el Virreinato y la República”, en el Tomo X de la Historia del Perú, Editorial Milla Batres, Lima 1980.

(4) Syra Alvarez Ortega, “Los primeros años de la enseñanza de la arquitectura en la antigua Escuela de Ingenieros”, en revista TECNIA, Vol. 12 No 2, p. 23.

(5) Angel Janampa Jáuregui, “Anales de Obras Públicas” 1884-1920. Fichado bibliográfico”. Curso de Arquitectura Peruana III, FAUA UNI, Lima 2003.


Las obras públicas en las ciudades de la República seguían siendo diseñadas básicamente en Lima, por ejemplo Pedro Paulet realiza para Arequipa el Hospital Goyeneche, Teodoro Elmore es llevado a Piura luego del terremoto de 1913 y propone la expansión de la ciudad.

Fuera de Lima además, los tiempos y las actitudes eran diversas. La ciudad continuaba haciéndose en gran parte según las pautas y procesos tradicionales y artesanales, al margen de la moderna estructura productiva, en algunas de ellas las modas emitidas desde Lima no fueron ignoradas, pero lograron una versión original como ocurrió frecuentemente en Arequipa, y en Chiclayo con el Art Déco y el Historicismo pintoresquista. En algunas otras ciudades pervivió la fuerte tradición: en Cuzco y Trujillo por ejemplo se proyectó un historicisimo localista, mientras en Moquegua y Tacna la vital arquitectura regional intemporal no requería de estilos. En las ciudades fronterizas como Tumbes e Iquitos, la influencia internacional –de Ecuador y Brasil-, dejó obra notable.

En este periodo caracterizado por importantes obras urbanas quedó demostrada la capacidad del diseño urbano: las plazas Bolognesi, Dos de Mayo y San Martín, junto a la Av. Nicolás de Piérola, Paseo Colón y Av. Arequipa en Lima así lo testimonian. En Arequipa y Trujillo, las plazas de Armas, en Tacna, la excepcional Alameda, en Iquitos el estupendo malecón. Mención aparte debe hacerse de los Ingenios azucareros, ejemplo de Company towns que se multiplicaron a partir de 1895.

El arquitecto amplía así sus prerrogativas proyectuales: del objeto-edificio, al espacio urbano.

El “Oncenio” (1919-1930) está pleno de nuevas señales, entre ellas el desarrollo de la conciencia arquitectónica. Así lo demuestra la difusión del Historicismo peruanista en sus distintas versiones; también en la propia afirmación de la identidad profesional en el ámbito gremial, con la fundación en 1937, de la Sociedad de Arquitectos, el desarrollo profesional y la especialización, y la aparición ese mismo año de la revista “El Arquitecto Peruano bajo la dirección de Fernando Belaúnde Terry.

Cuando en 1932 los profesores de la Sección de Arquitectura proponen la introducción del Taller como principio pedagógico y método de trabajo, lo hacen con la finalidad “de formar ingenieros pero que lleguen a ser artistas”(6).

A esas alturas puede apreciarse que el tema de la identidad profesional está todavía pendiente, pero la entusiasta adhesión al arte y al modelo pedagógico esencial de la Ecole Beaux Arts, el Taller, conducen a un nuevo periodo de esta historia.

Los principios formalistas del Academicismo dominante, empiezan a sentir la influencia de las demandas proyectuales alrededor de la “Higiene” y la “comodidad”, los aspectos prácticos empiezan a tener importancia mayor.

Como instrumentación académica para el desarrollo del historicisimo peruanista en el campo proyectual y como factor de identidad nacional, la enseñanza desde 1938 del curso de “Arquitectura en la Colonia” a cargo de Rafael Marquina, testimonia una contextualización en el ámbito pedagógico. Destaca también el viaje de estudios que se hacía al Sur, para conocer directamente la arquitectura incaica y colonial, una práctica que se mantendría hasta los años sesenta.

En 1942, al crearse el Departamento de Arquitectura se logró la definitiva separación de la Ingeniería, los factores de identidad esgrimidos serían –vistos en perspectiva histórica-, polémicos: el hegemónico papel del diseño arquitectónico, el acercamiento al arte, y el desplazamiento de la construcción y las estructuras a una función secundaria. La enseñanza valoraría más la intuición, y se tornaría a la postre más teórica, alejándose de la ejecución: desaparece el Arquitecto constructor y queda el arquitecto “a secas”.

Al promediar los años cuarenta la figura del arquitecto se relacionaba básicamente con el ámbito público estatal y sus instituciones, y en el ámbito privado con el sector empresarial y la elite socioeconómica.


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(6) “Por una auténtica formación profesional”, carta al Director de la Escuela de Ingeniero de 1932, suscrita por Ricardo Malachowski, Rafael Marquina y Héctor Velarde. Reproducida en el “Arquitecto Peruano” Nos. 347-348, Lima, 1967 p. 24.

 


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